Instituto Universitario ISEDET
Autorización Provisoria Decreto PEN Nº 1340/2001
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Buenos Aires, Argentina
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Responsable: René Krüger
Domingo 6 de Septiembre de 2009
Sal 146; Is 35:4-7; Stg 2:1‑17; Mc 7:24‑37
Una dignidad alternativa
Stg 2,1-13 constituye una unidad temática cuyo programa se anuncia en el primer versículo mediante una clara oposición: acepción de personas versus fe en Jesucristo. Este antagonismo se desarrolla primero con un ejemplo y luego con una serie de argumentos teológicos y de otra índole, destacándose constantemente el esquema oposicional. La unidad evidencia una gran coherencia en cuanto a la terminología empleada. Algunos de sus giros son muy originales: tener fe, pobres ante el mundo, ricos en fe, herederos del reino, prometido a los que le aman, ley de la libertad.
Para sintetizar el tema tan delicado de la preferencia por los ricos y el correspondiente desprecio y la discriminación de los pobres, Santiago emplea la fórmula acepción de personas (prosôpolêmpsía, en griego), que puede reproducirse como parcialidad, favoritismo, preferencia. El concepto tiene el carácter de un Leitmotiv. Debe quedar claro que en todo el texto esta preferencia siempre implica discriminación de los no preferidos. Ahí está el problema, pues sería simplemente genial poder preferir absolutamente a todas las personas.
Desde el vamos, Santiago deja en claro que el favoritismo es incompatible con la fe en Jesucristo. El esquema de inversión anunciado por el autor en Stg 1,9-11 debe actuar sobre las relaciones y las actitudes interpersonales en medio de la comunidad creyente.
El significado de los conceptos
El concepto central del texto es acepción de personas. El sustantivo griego y el correspondiente verbo constituyen muy posiblemente creaciones cristianas, formadas literalmente del hebraísmo tomar o aceptar la cara (LXX Sal 81,2; Sir 4,22.27; 35,13; 42,1; Mal 1,8; 1,9; 1 Es 4,39). Este giro griego reproduce la fórmula hebrea nasa' panim, que significa levantar la cara (de una persona). Proviene de una costumbre oriental de salutación en la que una persona saludaba a otra (generalmente de rango superior) inclinando humildemente su rostro o incluso postrándose en tierra. Si la persona de rango superior levantaba con su mano el rostro de la otra, le expresaba su reconocimiento. Es decir, la aceptaba. El neologismo prosôpolêmpsía se formó por la combinación de los dos términos griegos traducidos del hebreo (prósôpon lambánein). Esta terminología se usa sólo en textos cristianos, a saber, aquí en Rom 2,11; Col 3,15 y Ef 6,9; Hch 10,34 y aquí en Stg.
El segundo término en importancia es ptôjós, (totalmente) pobre. A diferencia del término pénês, que designa a una persona que carece de bienes y medios, el término pénês designa a quien se halla en la indigencia total. Es decir, se trata de una persona paupérrima. Para sobrevivir, ese pobre tiene que mendigar. Extraña bastante que la mayoría de las versiones bíblicas y también los comentarios hablen simplemente de pobre cuando en realidad se trata claramente de un pobrísimo, un indigente total, un paupérrimo, un mendigo. El pobre (pénês) vivía humildemente de su trabajo manual y podía poseer algunas herramientas, una casa sencilla, capacidades laborales, o quizá una pequeña parcela. Su situación era menos escandalosa que la del indigente (pénês) que dependía totalmente de la buena voluntad de los demás para sobrevivir miserablemente.
Un claro y rotundo ¡No! a la acepción de personas
Una serie de textos bíblicos prohíbe la acepción de personas. Algunos afirman radicalmente que Dios no actúa de esta manera; por consiguiente, tampoco lo han de hacer los humanos. La legislación prohíbe tal actitud especialmente a los jueces. Ex 23,3 prohíbe favorecer al pobre; el v. 6 prohíbe torcer su derecho. Lev 19,15 prohíbe toda injusticia y toda predilección en el juicio, tanto del pobre como del rico. Lo mismo indica Deut 1,17, encargando el juicio a Dios. Otros textos prohíben la aceptación de coimas y regalos de corrupción (Deut 10,17; 16,19; 2 Cro 19,7; Sir 35,14-15 – una buena muestra de la amplia divulgación de la corrupción en la antigüedad bíblica). En síntesis, los jueces deben "imitar" en su accionar la imparcialidad de Dios. La literatura sapiencial retoma la máxima y la relee en formulaciones en parte morales, en parte legales.
En la Epístola de Santiago se nota una transferencia de la prohibición del favoritismo de un nivel de validez general a una concreción socioeconómica. Mientras que los textos legales más antiguos prohíben todo partidismo en los tribunales, tanto a favor como en contra del pobre como también a favor y en contra del rico, posteriormente la prohibición habla concretamente de la preferencia por el rico. Esto se explica a partir de la tendencia tan humana de inclinarse paulatinamente hacia el lado de la predilección por los ricos y famosos. En cambio, la voz contracultural pasó de la máxima de la imparcialidad de Dios paulatinamente a su preferencia por los perjudicados. A ello apunta Sir 35,13, que subraya que Dios ayuda a los pobres sin parcialidad y que oye la oración de los oprimidos. Lo mismo indica Deut 10,17-19, que vincula la grandeza de Dios, su imparcialidad e incorruptibilidad con la constitución del derecho para los huérfanos y las viudas y el amor a los extranjeros. En síntesis, la neutralidad de Dios se fue transformando en protección de los débiles.
El NT remarca expresamente que Dios no hace acepción de personas, y transfiere la conocida máxima legal al ámbito sociocomunitario de la comunidad histórico-salvífica en la cual quedan abrogadas las diferencias sociales. Sin embargo, cabe diferenciar entre una anulación fundamental por parte de Dios y su realización en la realidad, que debe ser llevada a cabo de nuevo en cada situación y momento. En este ámbito la imparcialidad se relaciona con las diferencias entre judíos y paganos (Hch 10,34; Rom 2,10-11), esclavos y libres (Ef 6,8-9; Col 3,25-26) y pobres y ricos (Stg 9,1.9). A partir de Jesucristo, los judíos ya no gozan más de preferencia ante los paganos, pues Dios no es "aceptador de personas" (Hch 10,34). Aquí se transfiere el atributo de Dios a la misión universal. De la misma manera, todos están bajo el mismo juicio, pues no hay acepción de personas ante Dios (Rom 2,11 y 1 Pe 1,17). En el ámbito social, esta base histórico-salvífica debe determinar la convivencia entre las diferentes capas. Ef 6,9 se dirige a los amos, mientras que Col 3,25 habla a los esclavos.
La peculiaridad de Santiago consiste en ir más allá de los tres textos paulinos. Exige que los miembros de la iglesia practiquen la propiedad de Dios, advirtiendo ante el peligro de la preferencia por los ricos. Con ello, interpreta el lema decididamente en dirección a un compromiso por los más pobres, dándole a su exhortación una densidad antropológica, partiendo como cristiano de Jesucristo (Stg 2,1) y argumentando doblemente de manera teológica a partir de la elección de los pobres por Dios y a partir de la ley real. De esta manera transfiere el importante principio jurídico del pueblo de Dios a la estructura social y económica de sus comunidades, interviniendo en los problemas entre pobres y ricos.
Es muy notable que para fundamentar su exhortación, Santiago no cite ninguno de los muchos textos del AT sobre el tema, sino que coloque ante sus lectores y lectoras la elección de los pobres por Dios, su riqueza en fe y su posición como herederos del reino (Stg 2,5).
Llama la atención el empleo del plural acepciones de personas. Este plural remite a una actitud general como también a acciones aisladas. Cada acción es la manifestación de una actitud interior, o, si se quiere, la expresión de una determinada ideología.
Un prototipo de conducta anticomunitaria
Santiago construye una oposición radical entre la gloria de nuestro Señor Jesucristo al brillo externo del rico, que encandila tendenciosamente a la gente. Entre ambas "glorias" hay una incompatibilidad fundamental. Esto es ilustrado mediante un ejemplo drástico que lleva a plantear varias preguntas: ¿Quiénes son los destinatarios? ¿Toda la comunidad, un sector, los pobres, los dirigentes? ¿Se trata de un ejemplo tomado de la vida real o es una construcción ficticia? ¿Pertenece el rico a la iglesia?
El hombre rico exhibe mucha ostentación externa. Tiene los dedos cubiertos de oro, es decir, lleva anillos; y lleva una vestimenta resplandeciente que "encandila" a la comunidad. ¿Quién es este tipo? ¿Un miembro rico? ¿Un individuo que llega por casualidad? ¿Un extraño? ¿Un cristiano de otro lugar? ¿Qué relación existe entre este personaje y los ricos de los vs. 6-7?
Una solución para estas preguntas se vislumbra sobre el trasfondo de las prácticas del clientelismo de aquella época. Por de pronto es importante notar que Santiago construye una marcada oposición entre el atractivo rico y el pobre repugnante.
El indigente es un personaje ubicado en el extremo más bajo de la escala socioeconómica. El término no tiene ninguna reminiscencia religiosa, pues el autor está hablando de pobres – paupérrimos – en el sentido socioeconómico. La descripción se fija en la apariencia externa. No se dice nada del eventual interés en el culto, la disposición interior, la apertura. De esta manera el texto trabaja sobre el error básico de la postura del partidismo: su encandilamiento, su apego a cuestiones externas que son muestras del estatus socioeconómico.
El rico es admirado y recibe un buen lugar, el indigente debe quedar de pie o tiene que sentarse en el piso – debajo del banquillo. Con esta hipérbole se lo rebaja hasta un límite imposible de superar. No hay posición más baja que debajo de un mueble que sirve para colocar los pies. Al emplear este término, Santiago enfatiza el sometimiento involuntario y obligado. De esta manera el texto no confronta simplemente dos clases sociales, sino dos maneras opuestas de tratar al pobre. El peso principal recae sobre la oposición entre la elección que hizo Dios y el tratamiento horrible que le proporcionan a los hermanos pobres aquellos que incluso se atreven a obligar a los indigentes a ocupar una posición inferior a la de enemigos vencidos.
Una situación real, no hipotética
Santiago está lejos de querer inculcar máximas generalizadas. Partiendo de la convicción de la elección de los humildes por Dios, Santiago apunta a la transformación radical de las situaciones en su comunidad. Para ello emplea ilustraciones conocidas. Es evidente que las comunidades de Santiago sufrían bajo las tensiones entre pobres y ricos. Stg 2,4 acusa no sólo la existencia de tales conflictos, sino el tratamiento que se les da a los pobres.
El ejemplo presentado resulta clarísimo si se lo lee sobre el trasfondo del clientelismo. Esta práctica gozaba de un elevado aprecio en la estructura social y política del imperio romano. Su sistema de valores se movía en la tensión entre honra y deshonra o vergüenza. Estas magnitudes influenciaban las acciones de los individuos y grupos sociales, bajo la determinación conjunta del estatus social, económico y político; el género y también la edad. El sistema de patrones y clientes suministraba una importante cohesión a la vida social en el gigantesco imperio. A la vez, cooperaba con el sistema jurídico, impositivo y político. Consistía básicamente en una transferencia basada en la desigualdad de los participantes. El patrón fuerte obtenía de sus clientes bienes materiales (regalos, servicios) como también de naturaleza simbólica (honra, apoyo político, participación en actos públicos, placas de honor). Por su parte, los patrones eran "benefactores" que debían proteger a sus clientes política y jurídicamente. Esporádicamente realizaban también banquetes y comidas festivas para sus simpatizantes. Podían donar imágenes y eventualmente también un salón a las asociaciones religiosas. Los patrones políticos se aseguraban su posición y su elección realizando obras públicas (caminos, edificios), distribuyendo pan y organizando juegos públicos (panem et circeneses). El sistema se extendía también a las relaciones políticas del imperio con los reyes vasallos.
El sistema otorgaba una estructuración jerárquica a la sociedad entera, con una clara escala de rangos hacia arriba y hacia abajo. Traspasaba todos los ámbitos de la vida social, económica y política; y se infiltró también en las comunidades judías de la diáspora. El centurión de Capernaúm (Lc 7,3-5) es un vivo ejemplo de este tipo de benefactores. Los poderosos recibían honra que equivalía a prestigio público y que juntamente con el origen, la posición económica y la carrera política creaba el fundamento para la posición social del encumbrado. En este sistema, que originaba asimetrías sociales, toda rebaja equivalía a una deshonra.
Los anillos y la ropa espléndida ayudan a identificar al rico como representante de la elite de los poderosos, p. ej., un noble o un candidato a un cargo político en busca de simpatizantes.
Las estructuras socioeconómicas clasistas de aquella sociedad se mantenían y se reproducían mediante las prácticas clientelares. Santiago rechaza las estratificaciones sociales, los límites y los privilegios basados en la riqueza y el poder. Santiago critica el sistema en su totalidad, ya que al desarrollar relaciones jerárquicas hacia el interior de la iglesia, fomentaba las injusticias existentes y destruía la vida comunitaria y su testimonio hacia afuera. Santiago rechaza las reglas de la estructura social como incompatibles con la fe cristiana y la acción de Dios. El único benefactor y protector de los indigentes es Dios. Quien practica preferencias clientelares, peca gravemente y destruye la comunidad, ya que el favoritismo sostiene el sistema del patronazgo que a su vez produce y profundiza la injusticia, la explotación y la violencia contra los débiles.
Stg 2,1-13 es, pues, una crítica radical de un sistema que se opone rotundamente a Dios que eligió precisamente a los más humildes.
La incorporación de la ideología dominante
¿Cómo los pobres pueden llegar a actuar de esta manera? Esta actitud contradictoria sólo se explica por la incorporación de la ideología dominante del clientelismo. La sobrevaloración de la riqueza –su idolatría– es una epidemia contagiosa. La ideología pecaminosa del sistema del patronazgo –el "mundo"– se ha introducido a las comunidades y ha envenenado a los pobres mismos, que ahora menosprecian a otros pobres. La comunidad es destruida por discriminación, diferenciaciones y divisiones; o sea, por la penetración de los criterios y las prácticas sociales al seno de la comunidad de creyentes. Esto es gravísimo y totalmente contradictorio. Cuando practica preferencias y discriminaciones, la congregación, y dentro de ella también los miembros pobres, pecan de la misma manera que opresores y blasfemos acaudalados. Hasta los humildes reproducen los pecados de los ricos con su conducta.
De este texto radical, basado en el único Señor de la gloria, Jesucristo, se deriva que no es lícito que la sociedad se organice en jerarquías y clases sociales. Diferenciar a las personas según el poder y la riqueza no es cristiano. Peor aún: es anticristiano, ya que promueve valores opuestos a la gloria del Señor Jesucristo.
Asimismo cabe rechazar el "criterio clasista" porque Dios mismo actuó "contra la corriente", optando por los paupérrimos. El criterio de clases se opone al mandato de amor. Por consiguiente, quien acepta con beneplácito la sociedad dividida en clases e incluso justifica esa división dolorosa, se opone al mandamiento real del amor al prójimo. El partidismo y el desprecio de los indigentes son una negación rotunda de la hermandad cristiana.
La opción
Stg 2,1-13 coloca a las lectoras y los lectores ante una clara alternativa: o fomentan a los ricos, marginando así a los indigentes, según la ideología dominante y la praxis del clientelismo; o cumplen la voluntad de Dios resumida en el mandamiento del amor al prójimo.
La comunidad cristiana debe ser un espacio de contención para quienes sufren marginación, violencia, desprecio, discriminación – del tipo que fuere.
En un momento de profunda crisis socioeconómica y de todos los valores, como la estamos viviendo en esta primera década del siglo XXI, la enseñanza de Santiago muestra una clara orientación. División clasista, clientelismo hábilmente aprovechado por personas en el poder, manipulación del sistema jurídico, corrupción – la sociedad en la que Santiago proclama una vida alternativa tiene terribles rasgos que hacen que la enseñanza bíblica sea sumamente actual. Desde aquellas páginas se nos llama a vivir el privilegio de estar bajo la ley de aquel Dios que es el único que da vida y salvación. Es un privilegio poder contraponer a la sociedad el modelo de vida exigido y protegido por este Dios. La discriminación no es una bagatela cotidiana, sino un déficit de la fe y del amor.
Rumbo a la predicación
Algunas preguntas previas podrían servir para ambientarnos en la problemática señalada por el texto:
¿Cuáles son las formas más comunes de desprecio y discriminación en nuestra sociedad?
¿Cuáles de ellas se relacionan con la situación socioeconómica de las personas?
¿Qué produce esta discriminación en las personas afectadas?
¿Cómo podrían construirse experiencias de dignidad en una comunidad cristiana?
Ya pensando más en la estructuración del sermón, podría trabajarse con el siguiente esquema:
1. Iniciar la predicación pidiendo a la comunidad que enumere ejemplos de discriminaciones actuales. Luego conviene hacer una breve reflexión sobre el trasfondo que tienen muchas de estas actitudes: prejuicios, defensa propia, temor ante lo desconocido o diferente, distanciamiento de los indigentes, culpabilizar a otros.
2. Desarrollar el eje central del texto: La discriminación es incompatible con la fe en Jesucristo, porque:
– Dios actúa de manera opuesta al común de la sociedad. Donde (casi) todos prefieren el "brillo", Dios opta por lo que no brilla: la pobreza, la humildad, la sencillez, la cruz.
– Quien opta por el "brillo" y discrimina al pobre, al humilde, al débil, se opone a la actitud de Dios.
– Dios nos llama a vivir de manera opuesta a una sociedad que ensalza a los "de arriba" y discrimina y descalifica a los humildes.
3. Formular comunitaria de una oración de pedido de perdón por nuestros prejuicios y discriminaciones tan arraigadas; y de compromiso nuestro por una vida diferente.
ESTUDIO EXEGÉTICO–HOMILÉTICO 113 – Septiembre de 2009
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Domingo 13 de Septiembre de 2009
Sal 116:1-8; Is 50:4-9; Stg 3:1‑12; Mc 8:27‑38 r;
En el tercer capítulo de su carta, Santiago trata un problema muy interesante de las relaciones interpersonales y de la actitud de cada ser humano: el uso y abuso de la capacidad de expresarse mediante el lenguaje, representados gráficamente a través de la lengua. Para invitar al dominio de la lengua, Santiago pinta de manera muy descriptiva los pecados de la lengua.
En el capítulo 2, Santiago había advertido ante la acepción de personas y su contraparte, la discriminación. Desde allí se puede establecer una conexión muy instructiva con el problema de los pecados de la lengua. No sólo con hechos y acciones, sino también con palabras se puede marginar, despreciar menospreciar o rechazar a una persona.
Desde el principio, la iglesia contó con maestros e instructores. Ellos recibían honra especial, pues tenían la tarea de realizar la instrucción y capacitación de los miembros para la vida en la fe y en el amor. 1 Cor 12,28 contiene una interesante lista de cargos: apóstoles, profetas, maestros, los que hacen milagros, los que sanan, los que ayudan, administradores, los que tienen don de lenguas. Ef 4,11 enumera a apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros; Pablo menciona el don de la enseñanza en Rom 12,7 y 1 Cor 14,6.26. Hb 5,12-14 subraya que alguien que quiere actuar como maestro debe haber sobrepasado ya los rudimentos de la Palabra de Dios.
Santiago se dirige ahora a los miembros de sus comunidades que tenían interés en ocupar cargos eclesiásticos. Primero subraya que todos los maestros han de enfrentar un juicio más severo, y de inmediato pasa a hablar de la dificultad de mantener la lengua bajo control. Es que el instrumento más importante de los maestros es la lengua. Aquí Santiago se halla en la tradición que también se expresa en la palabra de Jesús según Mt 12,36-37.
El uso del lenguaje es el campo en el que todas las personas pecan, y no sólo los maestros. Casi podría afirmarse que la afirmación bíblica que todos los seres humanos son pecadores se manifiesta principalmente en los pecados de la lengua. Cuando menos estas faltas son las más divulgadas y llamativas. La obra salvífica de Jesucristo adquiere su pleno significado sólo por el hecho de la pecaminosidad generalizada. Si esta inclinación se manifiesta de manera tan llamativa en los pecados de la lengua, la salvación también debe abarcar este ámbito y transformar el uso o el abuso de la capacidad de comunicación verbal. Por ello, la instrucción que sigue se dirige a toda la comunidad, y no sólo a quienes tienen a su cargo la tarea de la enseñanza. Pecaminosidad extendida y la amenaza peculiar por los pecados de la lengua por un lado, y la aspiración a la perfección por el otro, en ello consiste el cuadro que Santiago pinta ahora ante su público lector. Este tono básico de la exhortación a la perfección debe tenerse siempre presente al leer la descripción catastrófica de la incapacidad del control de la lengua, pues de otra manera el cuadro resulta trágicamente pesimista y fatalista. Esta exhortación también vincula esta parte del escrito con la meta principal de la epístola entera, anunciado en Stg 1,4: el amor perfecto.
Las imágenes del freno en la boca del caballo y del timón del barco quieren mostrar cómo es posible influenciar y dirigir un gran cuerpo con un artefacto pequeño. Así también sucede con el poder de la lengua, dice Santiago. La siguiente imagen del pequeño fuego y el gigantesco incendio de un bosque evidencia el aspecto negativo de la lengua: destruye a la persona y la convivencia humana. Esto ya lo indica la literatura sapiencial de la tradición de Israel. Eclesiástico 28,13-26 contiene una descripción de las consecuencias de los pecados de la lengua, que culmina en la exhortación a controlar y dominar la lengua. Stg 3 tiene muchos puntos de contacto con este bello texto.
En Proverbios 16,27 y 26,20-21 también se compara la lengua con un fuego. Lo mismo hace la literatura rabínica.
La incapacidad de controlar la propia lengua contrasta llamativamente con la capacidad del ser humano de dominar toda clase de animales. Es que ella es un fuego, un mundo de injusticia, un mal inquieto, algo lleno de veneno mortífero. La contaminación del cuerpo entero se opone a la tarea de la lengua como instrumento para el autocontrol, tal como lo indica el v. 2. Ninguna persona puede mantener su lengua bajo control. ¿No es esto acaso un pesimismo total? No, pues Santiago no quiere suministrar una descripción antropológica. Tampoco quiere proveer un tratado filosófico sobre la pecaminosidad de los seres hablantes. Tiene en vista la exhortación de los miembros de sus iglesias. Al escepticismo generalizado del v. 8: Pero ningún hombre puede domar la lengua, se opone la referencia a la perfección en el v. 2 y la breve, pero enfatiza exhortación del v. 10: Hermanos míos, esto no debe ser así. La perfección incluye evitar las faltas y los delitos cometidos con las palabras, y con ello, abarca todos los aspectos del control de sí mismo. A ello se agregan las imágenes de los caballos y los barcos que se dejan manejar con facilidad. Para exponer expresivamente el poder destructivo del hablar, Santiago emplea un tono conscientemente negativo en su descripción. Si alguien llegara a preguntar si acaso es posible dominar la lengua, Santiago contestaría de inmediato: ¡Justamente a esto les quiero exhortar!
De esta manera, los vs. 5-8 no se proponen divulgar fatalismo, sino señalar la peligrosidad de la lengua y exhortar a las lectoras y los lectores a dominar este instrumento. Sin llamarlos expresamente al arrepentimiento, Santiago coloca ante ellos un espejo, en el cual pueden reconocerse a sí mismo y a sus errores, para practicar una doble conversión en el campo de la comunicación verbal: evitar nuevos pecados de la lengua, y emplear la capacidad del habla para el bien.
En la parte final de esta unidad, Santiago pasa a considerar la relación entre la fe en Dios y la conducta práctica. Ése es el tema fundamental de toda su epístola. Así como había demostrado claramente en el capítulo 2 que no puede haber verdadera fe sin su puesta en práctica en el amor, muestra ahora que hay una contradicción sumamente aguda entre la alabanza de Dios y la maldición, ambas saliendo de la misma boca. Esta discrepancia en un mismo ser humano ya había sido notada y desenmascarada en el AT.
Cabe destacar que Santiago no habla simplemente de palabras buenas y malas que salen de la misma boca, sino de alabanza y maldición. Es decir, vincula la dimensión de la fe en Dios con la comunicación interhumana. Para ilustrar esta contradicción radical en un mismo ser humano, Santiago emplea nuevamente algunas imágenes tomadas de la naturaleza. Las fuentes de agua y las plantas son mucho más inequívocas que el ser humano, al que aparentemente no le preocupa vivir entre los extremos de la alabanza y la maldición, contradiciéndose a sí mismo. Es casi imposible imaginarse una oposición mayor: con la lengua alabamos a Dios, y de inmediato maldecimos al prójimo, que es la imagen de Dios en este mundo. Santiago vincula adecuadamente la fe en el Dios Creador con la actitud frente a sus imágenes. La maldición del prójimo es maldición de Dios, lo cual es un pecado gravísimo para la mentalidad formada en la Sagrada Escritura. ¡Así no debe ser! También los seres humanos hemos de ser inequívocos, por un lado, porque dominamos la naturaleza; y por el otro, porque fuimos creados y creadas a imagen de Dios.
Santiago construye su exhortación sobre el trasfondo de la tradición veterotestamentaria y judía, que también ha visto con total claridad esta contradicción entre la fe de una persona en el Dios Creador Todopoderoso y el menosprecio o desprecio del prójimo, creación e imagen de Dios. Para muestra vale un botón: Salmo 62,4 (TM 65,5): Con su boca bendicen, pero maldicen en su corazón. El problema ha sido reflexionado también por los autores de los libros sapienciales. Despreciar al prójimo significa despreciar a Dios, pues es desprecio de la imagen de Dios. Santiago incorpora pues creativamente una conocida tradición de la enseñanza del pueblo de Israel.
Reflexión sobre el texto
¿Cuál podría ser la relación del uso pésimo de la capacidad de comunicación con nuestra ubicación en la sociedad? En palabras quizá algo más fáciles: ¿A quiénes se desprecia tanto con palabras como con hechos? ¿Potencialmente a todas las personas por igual, o a algunas en especial?
Para cercarnos a esta pregunta que puede sonar algo curiosa o inaudita, podemos repasar los sinónimos para ciertos grupos especialmente llamativos en nuestra sociedad. Comencemos con pobres y ricos. Para hablar de un pobre, se emplea una infinidad de términos: arruinado, bajo (¡clase baja!), carenciado, carente, desamparado, descamisado, desdichado, desheredado, desnudo, desvalijado, empeñado, empobrecido, escaso, excluido, falto, hambriento, humilde, indigente, infeliz (¡pobre infeliz!), infortunado, insolvente, limosnero, marginado, marginal, mendigo, menesteroso, miserable, necesitado, pobre como una rata, pobre diablo, pobretón, pordiosero, sin bienes, sin ingresos, sin recursos, venido abajo, venido a menos…Todos esos términos avergüenzan, ofenden, discriminan a la persona que sufre pobreza.
En cambo, para hablar de un rico, los términos suenan bien diferentes: acaudalado, acomodado, alto (¡clase alta!), bien ubicado, caudaloso, desahogado, forrado de dinero, gente de bien, harto, holgado, los de arriba, magnate, millonario, opulento, poderoso, potentado, próspero, pudiente, sobrado, venturoso… ¡no hay ningún término despectivo!
Prácticamente todos estos vocablos se relacionan con bienes materiales y el dinero. Otras dimensiones tales como la salud, libertad, amor, capacidades, familia, alegría, armonía en las relaciones interpersonales, paz, amistad prácticamente no se toman en consideración. Tampoco aparece el hecho que alguien puede poseer riqueza mal habida, que la riqueza puede perjudicar a su poseedor, que la acumulación de unos es el reverso del empobrecimiento de otros. Tampoco hay indicios lingüísticos que señalen que la riqueza tiene una función social e implica responsabilidad por las demás personas.
Este breve pantallaza nos conduce a un hecho importantísimo: el lenguaje resulta dominado principalmente por la clase que domina los ámbitos económicos, sociales y políticos, y por ende también los culturales. Esto vale para los llamados campos semánticos que abarcan los significados de un término, y también para el establecimiento del "buen hablar", que va más allá de las reglas gramaticales y sintácticas. Quienes están en una posición ventajosa, se autocalifican "bien", mientras que aquellos que no llegan a esa posición son descalificados de múltiples maneras.
Otro ejemplo más, por cierto muy emparentado con el anterior, ilustra el mismo hecho. Proviene del campo de la alcoholización y el alcoholismo. Sobre un ebrio se hace toda clase de chistes, se lo señala con el dedo, y la ridiculización no parece tener límites. Hay numerosos sinónimos para una persona que bebe o está en estado alcoholizado: achispado, alcoholizado, alegre, alumbrado, bacante, bebedor, bebido, beodo, borrachín, borracho, chupado, chupandín, cuba, curda, dipsómano, ebrio, emborrachado, embriagado, mamado, pellejo, petroleado, temulento, tomado… y otros más pesados. Para el imaginario colectivo, un alcohólico es un vicioso, un degenerado. En cambio, hay muy pocos términos para designar a aquel que abandona la carrera alcohólica: sobrio, recuperado, seco. Este último término no es muy halagador que digamos. Al abstemio o al que bebe poco se lo suele considerar un débil o incluso incapaz, y parece no pertenecer a la "media normal". Y mientras que a nivel social se fomenta por muchos medios la alcoholización de la gran masa, se ridiculiza, margina y demoniza a la persona que persona que tiene problemas con el alcohol. Esto es altamente paradójico y contradictorio, y revela el elevado grado de patología –verdadera esquizofrenia– de la sociedad. Estas actitudes prejuiciosas y falsas son un gran obstáculo para un acercamiento a esa situación dramática, pues la terminología común y corriente muestra que la mayoría de la gente no hace ningún esfuerzo por comprender la tragedia de una persona alcoholizada o alcohólica. Todos los (des)calificativos son negativos, burlones, mordaces y maliciosos. En ellos no asoma ni siquiera lejanamente la realidad de la persona enferma, desesperada y sufriente, que padece una verdadera tragedia. Y si en algún momento podrá parecer alegre y "feliz", en realidad sufre una profunda tristeza y maldice su situación.
El estudio del lenguaje desde la perspectiva de género ha sacado a luz una enormidad de usos, prácticas, costumbres, términos, reglas gramaticales y sintácticas y construcciones completas del lenguaje con los cuales se ejerce dominio sobre las mujeres. Los intentos de construcción de lenguaje alternativo, inclusivo, no peyorativo, avanzan muy lentamente y aún están expuestos a ridiculizaciones y críticas constantes.
Lo mismo puede decirse del racismo y del dominio colonialista e imperialista que se tradujo al lenguaje. "Trabajo en negro", "laburar como un negro", "negrear", "magia negra", "cosa de negro" son formulaciones que se relacionan con la esclavización de personas africanas; la historia local registra creaciones y aplicaciones propias de otras tantas fórmulas: "descubrimiento", "salvaje", "civilización o barbarie", conquista del "desierto" (como si ahí no vivía nadie), "subdesarrollo"…
Estos simples ejemplos evidencian que el lenguaje es el primer medio con el cual se expresa la descalificación y con ello también la dominación del prójimo. Se legitiman estructuras de dominio, explotación, distanciamiento y supuesta superioridad de unos sobre otros. El lenguaje corresponde a las prácticas reales, en las que el desprecio de nuestro prójimo, imagen viviente de Dios, toma formas materiales y sociales concretas.
Para controlar la lengua y poder emplearla según la voluntad de Dios, no alcanza, pues, simplemente con mostrar buena voluntad. El reconocimiento del hecho que hemos recibido de Dios la magnífica herramienta de la comunicación verbal para construir relaciones buenas y sanas debe ir de la mano de decisiones y acciones concretas. No hay nada en el lenguaje que antes no estuviera en los pensamientos y sentimientos y sobre todo en la realidad social. Por eso tampoco alcanza con hablar "lindo". La comunicación debe reflejar relaciones constructivas, respetuosas y sanas. Dado que la destrucción verbal del prójimo suele tener un arraigo social y descalifica sobre todo a los miembros débiles de la sociedad, un empleo constructivo del hablar sólo es eficiente cuando va de la mano de la opción por estos miembros débiles, el compromiso por ellos, el sentir y actuar con ellos. Si aprendemos a captar la realidad desde la perspectiva de las personas que sufren y se hallan marginadas, aprenderemos también un nuevo empleo de la lengua.
Rumbo a la predicación
El sermón podría estructurarse sobre algunas preguntas que podrán ubicarnos mejor en la temática y en los intentos de superación de los males señalados por Santiago. Es importante que asumamos nuestra propia responsabilidad, reconociendo –públicamente en el sermón mismo– que como personas que tenemos la función de enseñar, predicar, asesorar, liderar, de ninguna manera estamos exentos de los problemas señalados. Y una de las tentaciones constantes es precisamente la del dominio, el control, el poder sobre otras personas.
De allí podemos pasar a los siguientes ítems:
– ¿Qué significa la enseñanza de Santiago para nuestras comunidades cristianas en este tiempo actual, en el que vivimos en una inmensa inflación de palabras y en el que diversos medios de comunicación se caracterizan por distorsionar, manipular y mentir?
– ¿Qué ejemplos se nos ocurren para ilustrar la discriminación de las hijas y los hijos de Dios por medio del mal uso de la lengua?
– ¿Con qué acciones y estructuras injustas se relacionan esos ejemplos?
– ¿Qué debemos, qué podemos cambiar concretamente para que también cambie nuestra comunicación?
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